jueves, 4 de marzo de 2010

Sobre un hotel

¡Pero miren quién está entrando por esa puerta! ¡Si no es más que el bohemio! Ese, ése mismo que en otra de sus andanzas se cruzó con la linda Linda, que cuando estuvo a punto de besarla bajo el árbol de naranjos de la vuelta de la esquina del pueblo de al lado, se frenó en seco y le preguntó ¿no estamos un poco cansados? Entonces Linda se fue, lo abandonó. De cansada nada, ella. Y ahora mírenlo, cruzando la puerta del hotel, entrando acá. ¿Quién lo hubiera dicho? Yo no, al menos, porque se pasó años encerrado en su tristeza, y el plomo. Ya cansado parece que no está, porque veo su zapato acercarse a unas sandalias de mujer y susurrarle con indiscreción cosas al oído. Qué cosas no puedo saberlo, yo sí soy discreta, acaso aclaro, por si no se dieron cuenta. Sonríe ella, que no es linda, pero sonríe y hablan de la vida misma, parece. De naranjos, frutas y verduras, de la vida de los sucios, la muerte de los intelectuales. Y así, como quien no quiere la cosa, él la invita a salir de ahí, de acá. Ahí está, ahí se van, ahí salen, ella aceptó. El hotel es lindo, es precioso, tiene buen gusto material. Mucho más no puedo decir, porque desde esta silla de hierro blanco y a través de mi vaso de gin, entre la gente que pasa y las palomas que picotean restos al sol, sólo veo que el bohemio salió al hotel, con ella, agarrados de la mano ambos dos.
Me gusta más cuando entra a la calle. Entra solo, pero a la calle.

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