jueves, 14 de enero de 2010

O las MUJERES en general



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Las mujeres de Buenos Aires, de la provincia, son como esas bellas arpías capaces de enamorar a cualquier hombre distraído, e incluso, a uno concentrado. No importa cuánto huya, por cierto, o sí. Cuanto más intente alejarse de la dama, peor será la desazón ocasionada un tiempo después. Buen ejemplo de esto, o ejemplar llamémosle, es Vanesa Pardo. Ella, de frágil figura e inocente hablar, rumbea hacia las noches porteñas a la espera de… sólo ella sabe qué. Cuentan los duendes de piedra que frecuentan los jardines arbolados, que esta mujer, Vanesa, fue vista cierto 28 de enero bailando sin paz por el barrio de Abasto. El ritual parecía obtuso, poco tanto llamativo. Un gavilán apareció en escena, dicen, como todo gavilán que se precie de cuento. Intentó desconcertar a la muchacha y arrematar con indiferencia, refugiándose en un bar amigo donde tomaba las copas sin pagar los pesos. Claro está que Vanesa no perdió el tiempo, y con buenos aires seductores consiguió todo aquello que los duendes acallan por pudor. Hasta el llanto consiguió, sí, y convertir a su hombre en piedra. Despiadada, Vanesa, juntó cada gota. Ahora el agua saliente de su regadera proviene de las lágrimas tristes del poco afortunado. Y así sucede siempre, afirman los duendes, que saben de lo que hablan. Las mujeres de Buenos Aires, como Vanesa Pardo, convierten a aquellos ilusos en enanos desgraciados, los coleccionan como duendes de jardín del conurbano y otros lares, y los riegan con una mano, mientras en la otra lucen ese tal anillo de casada que las convirtió en reinas por reyes con mejor suerte, pero no menos desgraciados.

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