domingo, 28 de marzo de 2010

Ganó Independiente

Son las calles de Dock Sud, al sur de Buenos Aires, las que llevan a esta rubia particular a tomarse el 33, verde colectivo de frecuencia moderada. Exactamente a las 5:07 de la tarde, más/menos dos minutos, pasa el chofer de pelo negro, ondulado, de largo medio. Unos doce minutos más tarde estará pasando aquel colectivero joven, rubiecito y carilindo, que nada tiene que ver con las baldosas rotas del barrio.
Así las cosas, la rubia se subió a ese bondi vació de las 5:07, en la esquina de Av. Debenedetti y Suárez, dominado por el nativo, probablemente llamado Pancho.
Se sentó en el primer asiento individual de la derecha, cual espectador privilegiado. Derecho un kilómetro y medio por la avenida, y casi a punto de subir al puente de La Boca (ahí, justo ahí donde suele parar la prefectura), es que el hecho sucedió.
La rubia, de la edad indefinida que cuentan aquellas mujeres baqueteadas por la vida misma y el trabajo duro, empezó a hablar. A gritar, si se quiere. Así fue, en un momento preciso, con el puente, la estación de servicio, la plaza y dos camiones de testigos. El grito constó de indignación incontenida porque otro muchacha, más joven y con un niño en brazos, cruzó la calle de esos modos poco cuidadosos en que se cruzan esas calles.
Que ¡qué inconsciente! Que ¡después te echan la culpa a vos! Le dijo ella a Pancho. Se le iluminaron los ojos, a Pancho. Protestó, sí, también, pero lo que menos sentía era bronca. Porque cuando una rubia comprende la labor complicada y cotidiana de un pancho colectivero, los astros se juntan y el día se hace anormal.
Aprovechada esta situación, el diálogo quedó entablado. Decía que ella trabajaba en una lavandería o tintorería, y siempre subía en la misma esquina, a la misma hora. Ella reía. ¡Cómo reía! De esas risas contagiosas y sonoras. De esas risas que, si una abuela escuchara, diría que la dueña de esos sonidos está en edad de merecer. Pero de esto no cabía ninguna duda, porque si había algo que la rubia tenía era risa por demás, y edad por lo justo. Pancho, en tanto, se planteaba cauteloso y preguntón. Si no tomaba tal actitud, la risa corría riesgo de quedar en risa. Para cuando se dio cuenta de esto, decidió hacer una pregunta crucial. Minutos después, la ejecutó: ¿Estás casada, vos?, dijo. Y ella asintió. La risa quedó en silencio. Ruidos y bullicios hicieron la cortina musical del silencio incómodo de la respuesta que confirmó al marido de la rubia.
Sólo se superó el momento cuando la rubia, más rubia que nunca, arremetió explicando algo así como que su marido era un francés, y que necesitaba casarse, él, para vivir y hacer vaya uno a saber qué legalidad. Los mismos ruidos y bullicios sonaron a fiesta cuando Pancho entendió que era un matrimonio por conveniencia.
Ella rió otra vez, y se paró para bajar por la puerta de adelante. Más relajado, Pancho aseguró volverla a ver, otro día, a las 17:07, en la misma parada de la esquina de siempre.
En los últimos tres segundos de charla, le preguntó su nombre. Eva Duarte, contestó ella, y rió, por supuesto.

5 comentarios que comentaron.:

Pamela S. Terlizzi Prina dijo...

La gente fascinante del Sur. Placer inaudito, migajas de opulencia, una maravilla de siete colores.

Anónimo dijo...

ohhh genial, jejaejje

Anónimo dijo...

sublime!!
genial, el detalle de eva

Anónimo dijo...

Me encantó.

Anónimo dijo...

Si, me gusto también este..claro lo del francés por conveniencia me recuerda muchas cosas...como te escribo desde Paris...
Sigue, no te detengas, Ce...
Armando