martes, 27 de abril de 2010

Tinitón

Tiene una de las mejores mascotas que una mujer podría tener. De esas mascotas que no son exactamente aceptadas por la Asociación Protectora de Animales de Vonmont, pero que se las ama y se las protege como a un perro de raza.
Al principio, Mara renegaba de su pequeña mascota, Tinitón. La perseguía, la pateaba, y hasta llegó a intentar envenenarla. Nada grave, en conclusión, porque siempre siguió ahí, triunfante, paseándose por el baño de la casa alquilada. Cabe destacar que no fue Mara quien obligó a la pequeña Tinitón a permanecer horas y horas encerrada en el baño, para que luego acabara gustando de dicho lugar. No. Desde el principio, el baño fue su lugar elegido sin saberse por qué, donde se quedaba y daba vueltas en círculo. Incluso cuando Mara la abandonó durante 9 días sin comida ni bebida, Tinitón de las ingenió perfectamente para sobrevivir, y no se movió del piso del baño hasta que su dueña regresó. Eso sí que fue una demostración de cariño.
A esa altura fue cuando le pedí a mi novia que lo pensara dos veces, y que dejara en paz a Tinitón. Tanto amor por parte de la pequeña merecía una recompensa sin egoísmo. Como planeábamos un viaje al sur, le propuse llevarla con nosotros y dejarla a la deriva. Nada grave tampoco, no, nada de qué preocuparse. Tinitón había demostrado que sus habilidades de supervivencia eran mayores que las de un león de zoológico, así que no suponía peligro para nadie.
Demás está decir que no hubo argumento que convenciera a mi querida Mara de tal decisión. Se aferró a su mascota como si fuera la cosa más importante en su vida, y empezó a cuidarla, mimarla y besarla. No logré que la alimentara, pero de eso me encargaba yo, medio en secreto, cuando iba al baño en respuesta de mis necesidades fisiológicas.
Así estuvimos meses. La relación se afianzó, aprendimos a cuidarnos mutuamente, y surgieron nuevos deseos. Ahora Mara ya no tiene ganas de abrazar a su hormiga Tinitón. Ahora Mara tiene ganas de tener un hijo. Un bebé, un retoño, una personita chiquita.
Ahora yo voy a hacer un viaje al sur para dejar a la hormiga al costado de alguna ruta, y llorar por tantos recuerdos pasados. Es increíble lo bien que una mascota hace al alma. Mara ya no le dice Tinitón a la hormiga, ya no es suya, ya no la quiere. Yo sí, yo la quiero, y no puedo ni pensar el momento. Sólo sé que no quiero llorar y que, mientras tanto, voy a dejar tapada la rejilla del baño.

1 comentarios que comentaron.:

Nicolás Pedretti dijo...

Me gustó, que más puedo decir.